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Sex Wars: Amarna Miller versus Ministerio de Igualdad

Actualizado: 22 oct

Con en nombre artístico de Amarna Miller, una joven madrileña de 19 años decidió producir una película pornográfica protagonizada por ella misma. No tardaría en saltar el charco para probar fortuna en la meca de esta industria, en el Valle de San Fernando (California). Al poco tiempo ya se había convertido en una cotizada actriz del gremio, siendo nominada y obteniendo varios premios en algunas de sus curiosas categorías.


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Tras haber rodado centenares de escenas pornográficas, en 2017 decidió poner fin a esta etapa de su vida, dedicándose a partir de entonces principalmente a la fotografía y a la escritura, en este último ámbito como articulista y autora de varias monografías. Una de ellas, Vírgenes, esposas, amantes y putas (2021), constituía su particular aportación al feminismo, basada en las experiencias personales y profesionales que había vivido. Se trataba obviamente de su visión. Y el pronombre posesivo es relevante, porque Amarna Miller no pretendía erigirse en mesías del movimiento, como advertía ya en las primeras páginas de la obra: "Ni yo ni nadie -decía con sensatez- tenemos el monopolio de las experiencias femeninas, ni del feminismo".

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Que una exactriz pornográfica se declarase feminista disgustó a un sector de este movimiento, que aprovechó la primera ocasión a su alcance para zaherir a Miller. Y fue a través de una exposición organizada en la madrileña estación de Atocha, en la que, junto con unos maniquíes, se mostraban pancartas y carteles, uno de los cuales acusaba a "A.M." de falta de sororidad (es decir, solidaridad con las mujeres), instrumentalización del feminismo para vindicar algo tan "indefendible" como la pornografía (contribuyendo con su opinión a denigrar la imagen de la mujer y ofreciendo un mal ejemplo) y ¡defender la pedofilia y la violación!


El texto atacando a Amarna Miller
El texto atacando a Amarna Miller

Este último exabrupto traía causa, según el pasquín, en que la actriz había aparecido en alguna escena pornográfica ataviada con uniforme de colegiala. Algo que, ciertamente, no es de muy buen gusto, por aquello que puede estar representando (relaciones sexuales con una menor de edad), como por otra parte sucedió también en la industria musical con la polémica portada del LP "¿Dónde jugarán las niñas?" (1997) del grupo Molotov y poco después con el vídeo musical protagonizado por Britney Spears de su canción "Baby, One More Time" (1999). Y situación que también se reproduce sistemáticamente en el manga y anime japonés (sobre todo en el género "hentai") y que. con razón, ha desencadenado no pocas polémicas más allá del país nipón. Pero, obviamente, que algo no sea de buen gusto no quiere decir que entrañe una defensa de conductas tan deleznables como la violación o la pederastia. Sin olvidar que las películas pornográficas deben indicar que las actrices son mayores de edad, disipando cualquier género de duda al respecto.

El polémico feminismo de Amarna Miller fue destacado por "Interviú", precisamente una revista que había sido objeto de repudio por parte del movimiento feminista por sus desnudos de mujeres.
El polémico feminismo de Amarna Miller fue destacado por "Interviú", precisamente una revista que había sido objeto de repudio por parte del movimiento feminista por sus desnudos de mujeres.

Amarna Miller decidió querellarse no sólo contra las comisarias de la exposición, sino también contra sus fuentes de financiación (el ministerio de igualdad, dirigido entonces por Irene Montero y su secretaria de Estado, la polémica, por decir poco, Ángela Rodríguez), y contra el director de ADIF, que había cedido el espacio para el evento. La demanda se interponía por la comisión de delitos de injurias y calumnias, así como por un delito de odio contra el colectivo feminista pro-derechos.


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Siendo la ministra de igualdad persona aforada, el asunto fue resuelto (exclusivamente en lo que a ella se refería) por el Tribunal Supremo, que inadmitió la querella. Pero parte de sus argumentos sin duda también serían de aplicación para el resto de encausados, cuya responsabilidad debería dirimir la jurisdicción ordinaria, al carecer de aforamiento.


El Tribunal Supremo resolvió (creo que con razón) que no había delito de calumnias ni tampoco un delito de odio. Para el primero, el tipo penal exige la imputación falsa de un delito. Y el hecho de que se acusase a Amarna Miller de "defender la pedofilia y la violación" no entraña acusarla de cometer un delito, ni siquiera de apología delictiva, porque ésta ha de referirse a un acto criminal concreto. Mucho menos puede apreciarse un delito de odio ya que, como he mostrado en otra entrada de mi blog, éste tiene unos contornos muy estrictos, precisamente para impedir que a su través se restrinja indebidamente la libertad de expresión.


Uno de los maniquíes de la exposición
Uno de los maniquíes de la exposición

Pero, a mi modo de ver, sí existe un delito de injurias, esto es un atentado contra el honor que alcanza una naturaleza criminal. Que no lo cometiese la ministra de igualdad es otra cosa: en cuanto fuente de financiación, pero no autora intelectual de la exposición, el Tribunal Supremo entendió (correctamente) que su actividad no supone autoría en hechos delictivos (ni como autora directa, ni como colaboradora necesaria, incitadora, o encubridora). En el ámbito penal no hay responsabilidad "subsidiaria", como sí la existe en la civil. En este sentido, Amarna Miller sólo hubiera podido tener posibilidades de éxito contra la ministra de Igualdad (en realidad escasas) si, en su caso, hubiese empleado esta última vía, y no la penal, contra ella.


Para los comisarios de la exposición la situación resulta distinta. Como autores intelectuales de ésta, decir que Amarna Miller es partidaria de la pedofilia y de la violación resulta manifiestamente injurioso, y por tanto no representa ejercicio legítimo de su libertad de expresión. Así pues, esas frases sí pueden entrañar responsabilidad criminal, sin perjuicio de que la víctima podría optar alternativamente por la vía civil para exigir indemnización por daños y perjuicios derivada de un ataque contra su derecho al honor. Como ya he mencionado reiteradamente, la libertad de expresión no es ilimitada, ya que la presencia de otros derechos fundamentales (como el honor, la intimidad y la propia imagen, fijados en el art. 18 CE) restringe su ejercicio. Y éste representa un caso bastante claro al respecto.


Al margen de las consideraciones judiciales, creo que este asunto evoca, mutatis mutandis, las llamadas "sex wars" que dividieron al feminismo estadounidense en los años ochenta.


A partir de películas pornográficas como "Garganta profunda" (1972) y "El diablo en la Señorita Jones" (1973), este tipo de cine empezó a ser consumido sin la actitud vergonzante o cuasi clandestina con la que antaño lo había sido. Ir a ver estas películas era algo "a la moda", y comentar las escenas resultaba habitual en las charlas entre amigos, lo que explica su rotundo éxito en taquilla. Del primero de esos largometrajes el FBI estimaba que en 1980 sus beneficios habían ascendido a 600 millones de dólares.

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Ese mismo éxito preocupó a un sector del feminismo, alarmado al comprobar cómo una filmografía que consideraba denigrante para la mujer se había convertido en tan popular y era consumida con cotidianidad. De ahí que acrecentase el tono de sus diatribas contra la pornografía, acusando a la industria de promover la explotación sexual de las mujeres. Algo de verdad había en ello: como muestra con tino la magnífica serie The Deuce (HBO, 2017), de David Simon (quien, como ya demostró en la icónica The Wire, se documenta muy bien), en sus orígenes la pornografía se nutrió de prostitutas, que eran las más dispuestas a participar en aquellas filmaciones; algo que, incluso, les proporcionaba más seguridad que trabajar en las calles. "Garganta profunda", que había contribuido decisivamente a la popularidad de la pornografía, también representó un triste ejemplo de esa explotación: su protagonista, Linda Lovelace, fue sometida a todo tipo de abusos físicos y psicológicos por parte de su marido (promotor de la película), un tipejo sin moralidad alguna. Algo que relata la actriz en su dura autobiografía Ordeal. An Autobiography (1980), muy distinta de la que había publicado años antes (Inside Linda Lovelace, 1974) y que, por el contrario, constituía una apología de su vida cinematográfica y de su propio marido. Porque, obviamente, esta última publicación estaba redactada bajo la supervisión de su infame cónyuge, que encontró así otra forma de abusar de su pareja.


Ahora bien, que ese fuera el origen de la pornografía no significa que en su evolución posterior siguiese el mismo curso. El lucro obtenido por la industria, sobre todo a partir del nacimiento del vídeo doméstico, permitió pagar cifras astronómicas a actrices que se convirtieron en iconos para sus seguidores. Muchas jóvenes, criadas en el ambiente sexualmente más desinhibido de los 70, no consideraban que ganarse la vida practicando sexo delante de una cámara resultase denigrante y respondían voluntariamente, y en cantidades considerables, a las ofertas de empleo de aquella industria.


A partir de esta situación, el feminismo se escindió sobre este tema en dos bloques. Por una parte, aquel sector que seguía manteniendo que la pornografía era siempre, sin excepción, un acto de explotación (para las actrices) y denigrante (para la mujer en general). Frente a este sector, surgió otro que se inclinó por una respuesta más liberal, tanto en relación con las actrices del gremio, como con la representación de la mujer que supuestamente ofrecía la pornografía. Por lo que se refiere al primer aspecto, este segmento del feminismo introdujo un necesario matiz: debía lucharse contra la pornografía que explotase a las mujeres, pero no impedir aquella otra en la se ofrecían condiciones laborales y contractuales garantistas para sus trabajadoras. Quien deseara dedicarse a ese empleo, siempre que estuviese correctamente regulado, no debía tener impedimentos para hacerlo. De hecho, algunas actrices habían afirmado que para ellas la explotación era en realidad trabajar en una tienda de comida rápida durante jornadas eternas por un salario mísero, y no practicar sexo delante de una cámara en unos horarios fijos, con unas condiciones voluntariamente aceptadas y por unos emolumentos a menudo cuantiosos y, de hecho, muy superiores a los de sus compañeros varones. Muchas actrices afirmaban que en sus contratos podían decidir con qué actores trabajar, y qué tipo de escenas de sexo (y en qué cantidad) protagonizar, por lo que su ingreso en la actividad resultaba voluntario y reglado.


Respecto de la representación de la mujer como objeto, este sector del feminismo alegaría que, por una parte, no existía un ideal feminista de comportamiento sexual. ¿Dónde estaba la libertad sexual de las mujeres si se les exigía que debían sólo aceptar como normales ciertas conductas, posturas o hábitos sexuales? Por otra parte, quizás de forma un tanto contradictoria con lo anterior, también esgrimieron la posibilidad de que se formara un cine pornográfico más pensado para la mujer. Contradictorio porque, tal y como a menudo lo planteaban, eso suponía volver a la idea de que a todas las mujeres les placía lo mismo y, de hecho, a menudo se alegaba que un "porno para mujeres" debía contener más diálogo, realismo y romanticismo, lo que no dejaba de entrañar un retorno a clichés sobre la sexualidad femenina que en realidad ya se habían ido viniendo abajo de forma progresiva desde el informe Kinsey (Sexual Behavior in the Human Female, 1953).


Pero, sobre todo, este sector del feminismo se negó a aceptar medidas censoras contra la pornografía por cuanto suponían atentar contra la libertad de expresión, convirtiendo la defensa de la mujer en un movimiento opresor. A lo que añadía que centrarse en la pornografía desviaba la atención de los problemas reales de las mujeres y de los objetivos de su lucha.

Protestas por la exhibición de "Garganta profunda" y "El diablo en la Señorita Jones"
Protestas por la exhibición de "Garganta profunda" y "El diablo en la Señorita Jones"

En definitiva, el conflicto entre Amarna Miller y el Ministerio de Igualdad representa estas dos lecturas de la pornografía: Miller, que puede hablar con conocimiento de causa porque conoce perfectamente esa industria (algo que por otra parte no sucedía con las comisarias de la exposición), representa el feminismo liberal que acepta la pornografía siempre que se produzca con las garantías necesarias, y que apuesta por una género también orientado al consumo por parte de las mujeres. Las comisarias de la exposición, por su parte, son las herederas de ese movimiento radical de la década de los 70 que sigue manteniendo todavía a día de hoy que toda la pornografía resulta necesariamente nociva, sin atender a ningún tipo de matiz.


El choque resultaba quizás inevitable, aunque las comisarias no supiesen respetar las formas y los modos, y optasen por atentar directamente contra el honor de Amarna Miller, sustituyendo el diálogo por la confrontación y el insulto. Lo que no es extraño en la actualidad, cuando la cultura de la cancelación impone su tiranía; lo malo es que se haga con fondos públicos. ¿Dónde se expiden los carnets de feminismo, para negar que la postura de Amarna Miller también pueda ser feminista, en vez de negarle esa condición por defender su libertad para haber sido actriz pornográfica? ¿Por qué ha de considerarse que su opinión hace mal al feminismo? ¿Es que se presume que sus lectoras serán tan volubles como para no disponer de criterio propio y quedar secuestradas por sus palabras, que no reflejan en realidad más que la opinión particular de la autora? ¿Acaso no puede haber matices y distintas tendencias en el seno del feminismo?


Porque, si esto último se niega, no sólo se está repudiando una concepción liberal del feminismo sino, lo que es peor, una visión pluralista (y de resultas democrática) de él. Quizás lo que se necesite sea más diálogo entre las partes, y menos posturas de suma cero que poco aportan en una sociedad democrática.


Para saber más:


El libro de Amarna Miller, con una sugerente y reflexiva mirada al feminismo, y de lectura muy amena, es Vírgenes, esposas, amantes y putas, Martínez Roca, Barcelona, 2021.


El auto del Tribunal Supremo, referido a la querella criminal interpuesta por Amarna Miller contra Irene Montero es el núm. 20644/2023, de 25 de octubre y fue resuelto por la Sección Primera de la Sala de lo Penal.


En torno al nacimiento de la industria pornográfica, un acercamiento general puede obtenerse a partir de la lectura de Flint, David: Babylon Blue. An Illustrated History of Adult Cinema, Creation Books, London, 1999.


Sobre las "sex wars" la bibliografía es inabarcable, aunque casi siempre está elaborada desde alguno de los dos frentes, por lo que suele faltar ecuanimidad. Por esa razón, los trabajos más neutrales quizás sean aquellos redactados con una perspectiva jurídica, como el de Heins, Marjorie: Sex, Sin, and Blasphemy. A Guide to America's Censorship Wars, The New Press, New York, 1993.


Para un análisis de la forma en que el sexo ha limitado la libertad de expresión, con referencia expresa al caso de Amarna Miller, veáse también mi reciente libro Obscenidad, erotismo, pornografía. Cómo el sexo ha limitado la libertad de expresión y las artes, Marcial Pons, Madrid, 2025.

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